vasilios ioakimidis
Enfrentando el problemático pasado del Trabajo Social: Historia, política y resistencia
Presentación en la Universidad Andrés Bello. Traducido por Taly Reininger.
Estoy agradecido de estar aquí esta noche rodeado de todos ustedes, trabajadores sociales, estudiantes y académicos. Quisiera extender mi agradecimiento a los colegas que hicieron posible esta visita y, en particular, a Taly Reininger y Giannina Muñoz. Además de estar agradecido por la invitación también siento humildad. Para un académico que ha dedicado gran parte de su carrera a explorar la historia política del trabajo social, visitar Chile y discutir con trabajadores sociales y activistas no es solo un simple viaje académico; es una peregrinación intelectual.
George Orwell, demostró de manera inventiva que la mejor manera de controlar el presente es a través de la manipulación de imágenes del pasado. Hasta cierto punto, tal distorsión orwelliana atormenta los servicios sociales y el trabajo social en muchas partes del mundo. Una historia oficial existente que se centra principalmente en caracterizar a la profesión como técnica, benévola y, en consecuencia, políticamente neutral, ha privado al trabajo social de una exploración significativa de sus fascinantes y, a menudo, contradictorias historias políticas.

Reisch y Andrews en su trabajo seminal sobre la historia radical del trabajo social estadounidense, sugieren acertadamente que el trabajo social sufre de amnesia histórica y afirman que "en una cultura cada vez más histórica, ignoramos los elementos de nuestro pasado que desafiaron el status quo".
De hecho, existió un núcleo radical dentro del trabajo social desde el inicio de nuestra profesión. Desde el movimiento de asentamientos del siglo XIX en América del Norte hasta el movimiento de reconceptualización en América Latina y de la resistencia de las comunidades indígenas a la red SWAN contemporánea, ha habido una historia fascinante de activismo político que, aunque no se exploró, tuvo una gran influencia en nuestra teoría y práctica.
Necesitamos recordar y celebrar a los numerosos trabajadores sociales que, en la víspera y durante la Segunda Guerra Mundial, pagaron sus cuotas en la lucha mundial contra el fascismo y el nazismo. La guerra civil española, este terrible preludio de los horrores del nazismo, vio la primera movilización organizada de trabajadores sociales contra el autoritarismo. Miles de trabajadores sociales de todo el mundo se pusieron del lado de las fuerzas republicanas en sus luchas contra Franco, tanto a través de los múltiples proyectos sociales democráticos en España como a través del compromiso directo con el conflicto armado como Brigadieres Internacionales.
Necesitamos recordar y celebrar la historia inspiradora de nuestra pionera trabajadora social afroamericana Thyra Edwards de Chicago. Thyra, un socialista y antirracista dedicado, que creía firmemente en la naturaleza universal de la lucha contra todas las opresiones, viajó a Barcelona y trabajó en las instalaciones para niños de Rosa Luxemburgo, a la vez que convirtiéndose en el vínculo principal entre la comunidad afrocolombiana y la Brigada Abraham Lincoln. Murió poco después de la guerra cuando trataba de establecer proyectos de cuidado para niños judíos en Roma.
A medida que la guerra envolvía a la mayor parte de Europa y el norte de África, Red Aid, una vasta red de asistencia social antifascista, movilizó a miles de trabajadores sociales y profesionales de la asistencia social en todo el mundo para desarrollar servicios de atención a refugiados, activistas políticos y niños huérfanos. También debemos recordar y celebrar a Irena Sendler, una trabajadora social judía polaca que entre 1940 y 1943 salvó a casi 2,500 niños del Gueto de Varsovia.
Lo más importante es que nunca debemos olvidar que estos y muchos otros trabajadores sociales, los verdaderos pioneros de nuestra profesión, sufrieron de difamación, detención arbitraria, hostigamiento y violencia estatal durante décadas. No es un secreto que el FBI ha sido el mejor biógrafo de los trabajadores sociales radicales previos e inmediatos de la posguerra, como Thyra Edwards y Jane Adams.
Los ejemplos recientes de NASW (asociación nacional de trabajadores sociales de los EEUU) que se opusieron vocalmente a las políticas inhumanas de separación familiar implementadas por la administración de Trump y de nuestro colega palestino y defensor de los derechos humanos, Munther Amira, quien estuvo detenido durante meses solo por ejercer su derecho a manifestarse pacíficamente contra la ocupación, sugieren que nuestra profesión hoy en día se ha vuelto más segura que nunca y es capaz de superar la sujeción tantas veces destructiva de la neutralidad política.
Si bien, estos han sido ejemplos poderosos de internacionalizar un trabajo social políticamente comprometido, desafortunadamente muchos han sido borrados de nuestros textos de historia.
Aparte de la supresión de nuestras historias radicales, nuestra profesión ha evitado comprometerse de manera significativa con otro legado; las problemáticas historias de complicidad y opresión.
'Hijos de la nación'; Trabajo social familiar en el contexto de regímenes opresivos.
La preocupación por la naturaleza, los valores y la evolución de la institución de la familia “ideal" ha sido fundamental para el trabajo social. En las economías impulsadas por el mercado, tal preocupación reflejó históricamente el deseo del estado de garantizar la perpetuación de las familias de la clase trabajadora como una unidad disciplinada de producción y consumo. Los servicios de bienestar eran vistos como instrumentales en este proceso. La función de "cuidado y control" del estado de bienestar no encuentra una expresión más completa y poderosa que en el contexto de los servicios familiares. Porque, aunque en los estados capitalistas más avanzados el estado de bienestar ha podido proporcionar niveles de atención variables, pero a menudo aceptables, el elemento de severo control social sobre los más pobres de la sociedad siempre ha estado presente. Varios incidentes históricos resaltan ejemplos de brutalidad notoria, incurriendo en coyunturas políticas extraordinarias.
Alemania nazi
Sin lugar a dudas, el ejemplo más notorio de la complicidad del trabajo social está relacionado con la práctica de los trabajadores sociales, juveniles y comunitarios en la Alemania nazi. Nuestro célebre académico Walter Lorenz (2004: 33) sugirió que durante 1920 y 1930 "a medida que el personal del servicio social quedó cada vez mas bajo el control estatal, la posición de neutralidad demostró su ceguera ante el mal uso político en la Alemania de Hitler". Los servicios sociales en este contexto tenían un doble propósito; por un lado, apuntaron a segregar y exterminar física y socialmente a aquellas familias e individuos "indignos" de ser ciudadanos del Reich. Por otro lado, se enfocaron en educar / reformar a la familia, asegurando que todos los miembros tuvieran una comprensión clara de la función distintiva requerida por el Estado.
Los trabajadores sociales y los pedagogos sociales estaban directamente involucrados en el proceso de monitoreo de la remodelación de las familias y el adoctrinamiento de los niños. Se esperaba que las mujeres jóvenes se mantuvieran sanas, hicieran ejercicio y dedicaran sus vidas al concepto infame de "Los 3 K- Kinder, Kuche, Kirche (Niños, Cocina, Iglesia)". Parte de la educación de los jóvenes alemanes, a menudo facilitada por los trabajadores sociales, incluía visitas de campo de detención de personas con discapacidades. Estas visitas se utilizaron como "espectáculos extraños" donde los jóvenes alemanes podían presenciar las "realidades" de la jerarquía racial de primera mano.
La creación y reproducción de la raza aria no podrían haberse logrado sin la segregación paralela y el exterminio final de lo "indigno". Los trabajadores sociales estaban muy involucrados no solo en promover las ideas del darwinismo social, sino también en su uso activo. Estuvieron involucrados en el proceso de diagnosticar la inferioridad racial y facilitar la detención de aquellos considerados "indignos".
Antes de pasar al siguiente ejemplo histórico, me gustaría recordar que, aunque la mayoría de los trabajadores sociales se coludieron con el régimen nazi, una minoría radical trabajó clandestinamente para proteger a los niños, literalmente sacándolos del país y conectándolos con otros movimientos antifascistas en toda Europa y Estados Unidos.
Desafortunadamente, la instrumentalización de la eugenesia en el contexto de los servicios sociales no terminó con la Segunda Guerra Mundial. Hasta aproximadamente la década de 1970 en los EE. UU., los problemas sociales como la pobreza, el crimen y el desempleo se consideraron en gran parte "hereditarios" dentro de las clases inferiores y, por lo tanto, se trataron a través de prácticas destinadas a evitar que estas clases se "reproduzcan". Investigaciones recientes sugieren que en algunos estados (especialmente en Carolina del Norte) esta práctica duró hasta bien entrada la década de 1970 y afectó a más de 7,600 ciudadanos pobres, vulnerables y pertenecientes a minorías.
Regresando a Europa, el régimen militar de Franco (que gobernó España durante la mayor parte del siglo XX), ya en 1937 reconoció la importancia de los servicios sociales no solo en el campo de batalla militar, sino aun más importante en el terreno de las ideas. A diferencia de la Alemania nazi, el concepto de "raza" en España no estaba obsesionado con la apariencia física, sino que se centraba principalmente en la construcción de una entidad nacional, cultural, social y política bien definida. El enemigo en este caso no era tanto el judío o el discapacitado, sino el comunismo y la modernidad. En este contexto, los servicios sociales y las instituciones psiquiátricas fueron centrales en el esfuerzo grotesco de patologizar la oposición política. Los activistas a favor de la democracia fueron rutinariamente "diagnosticados" como enfermos mentales y encarcelados en instituciones mentales. (Los Rojos no estaban locos)
Además de centrarse en "ganar corazones y mentes" y dar forma al nacionalmente puro "Nuevo español" a nivel nacional, los servicios de bienestar bajo el franquismo participaron activamente en uno de los capítulos más oscuros de la historia moderna de España; durante un período de más de 30 años después de que los servicios sociales de la guerra civil estuvieran implicados en un mecanismo ilegal establecido por funcionarios estatales y eclesiásticos con el objetivo de secuestrar a niños, en su mayoría de izquierdas y familias pobres, y ofrecerlos para adopción ilegal a familias nacionalistas. (BBC, 2011).
Historias similares que involucraban a secuestros de niños por motivos políticos también ocurrieron en Grecia, Argentina y, por supuesto, aquí en Chile. ¡Un recordatorio necesario! A pesar de que la profesión oficial en estos contextos estaba en connivencia con los estados opresivos, redes de trabajadores sociales se resistieron y volvieron a imaginar un trabajo social progresista. Muchos de ellos fueron perseguidos o incluso asesinados por su resistencia. Solo en América Latina hemos podido registrar más de 200 "desapariciones" de trabajadores sociales que se oponen activamente a los regímenes militares en los años 60 y 70.
Trabajo social colonial y niños indígenas
Mientras que las historias problemáticas de los servicios sociales en Europa se formaron principalmente por una mezcla de la teoría eugenésica y la ideología nacionalista, en el sur global fue el contexto del colonialismo lo que permitió que el trabajo social se viera como una forma "suave" para perpetuar el colonialismo a través del control social y la reconfiguración de las instituciones socioculturales.
Aunque en los últimos años el surgimiento del debate sobre la "indigenización" ha generado algunos argumentos interesantes que desafían la naturaleza colonial del trabajo social, todavía tenemos que entender el nivel de complicidad del trabajo social en la política opresiva de la asimilación. Los servicios sociales en estos contextos intentaron activamente suprimir las culturas indígenas y extender por la fuerza los valores de los colonos a las comunidades nativas. Una vez más, la manipulación y la remodelación de la institución de la familia nuclear se consideraron como el "estándar de oro".
Los infames Canadá Scoops y la Ley de Protección Aborigen de Australia de 1869, representan ejemplos poderosos del retiro sistemático de niños de familias aborígenes de sus familias de origen en un esfuerzo por asimilar drásticamente esas comunidades. Según la Comisión de Implementación de Justicia Aborigen en Canadá, en un período de casi veinte años (desde principios de los años sesenta hasta finales de los ochenta), "los trabajadores de los servicios de bienestar infantil sacaron a los niños aborígenes de sus familias y comunidades porque sentían que los mejores hogares para ellos no eran hogares aborígenes. Según su visión ideológica el hogar ideal inculcaría los valores y estilos de vida con los que estaban familiarizados los propios trabajadores de los servicios de bienestar infantil: familias blancas, de clase media y provenientes de los barrios blancos y clase media. Las comunidades aborígenes y los padres y familias aborígenes se consideraron "no aptos". Como resultado, entre 1971 y 1981, más de 3,400 niños aborígenes fueron enviados a padres adoptivos en otras comunidades, y algunas veces a otros países "
Un caso menos conocido de complicidad del trabajo social con la brutalidad de la asimilación colonial ocurrió en Groenlandia a principios de los años cincuenta. Involucró a profesionales de la asistencia social de organizaciones benéficas danesas que trabajaron en estrecha colaboración con el Gobierno de Dinamarca para intentar "modernizar" Groenlandia mediante la remoción forzosa de niños de sus comunidades y su inclusión en familias de acogida de clase media en Dinamarca.
Posiblemente el ejemplo más extenso y sofisticado de la complicidad del trabajo social en las prácticas de segregación racial e ingeniería social es este de Sudáfrica. El apartheid, un sistema complejo, brutal y de múltiples capas de segregación diseñado para excluir física, política, social y culturalmente a las poblaciones no blancas logrando de esta manera maximizar la explotación laboral mediante la consolidación del gobierno colonial. El trabajo social predominante blanco de Sudáfrica, que había aceptado en gran medida las ideologías segregacionistas mucho antes de 1948, adoptó fácilmente las prácticas de separación racial que culminaron con la creación del Apartheid.
Como antes, recuerde que, aunque los servicios sociales como un aparato eran parte de un sistema colonial opresivo, muchos trabajadores sociales se pusieron del lado del ANC y se resistieron al Apartheid enriqueciendo su enseñanza e investigación con principios de solidaridad y antirracismo
Desmitificando la historia
Estos son pocos, pero poderosos ejemplos de la complicidad del trabajo social con políticas estatales opresivas. La extensión de estas historias está más allá de lo que esperábamos cuando comenzamos nuestra investigación histórica. El recuento de estas historias problemáticas no pretende “moralizar” póstumamente a los trabajadores sociales individuales; tampoco es mi intención desmoralizar a los trabajadores sociales.
Por el contrario, necesitamos una tipología global de historias horribles por dos razones principales. En primer lugar, esta es la única forma de rendir adecuadamente nuestros respetos debidos a aquellos trabajadores sociales que desafiaron los peligros, arriesgaron y con frecuencia sacrificaron todo al resistir la violencia estatal. En segundo lugar, es nuestro deber para las próximas generaciones de profesionales, aprender de los errores del pasado y trabajar con los afectados para coproducir y re-imaginar conjuntamente el futuro del trabajo social.
Entonces, ¿cómo damos sentido a nuestras horribles historias? ¿Cuáles son los denominadores comunes en estas historias? ¿Cómo podemos desmitificar su ocurrencia y entender algunas de las razones por las que ocurren?
a) Cada vez que el trabajo social intentó presentarse como una actividad puramente técnica y políticamente neutral, los trabajadores sociales sugirieron que solo necesitábamos "continuar con el trabajo", el bienestar y los derechos humanos de las personas con quienes trabajamos dejaron de ser una prioridad. Esta actitud fue más prominente cuando la profesión enfrentó el dilema arbitrario: Derechos humanos contra Orden y Seguridad nacional.
b) Desafortunadamente, la posición predeterminada para muchas organizaciones del trabajo social históricamente ha sido priorizar la imagen y el estado de la profesión a costo de los individuos y las comunidades a las que se supone que estamos apoyando. En los momentos en que el trabajo social se sentía más inseguro con respecto a su base de conocimientos y bases científicas, buscamos un refugio desesperadamente en la rigidez del positivismo (modelos biomédicos) y la autoridad ilusoria de la pseudociencia (eugenesia). Incluso hoy en día, la adopción acrítica e incondicional de teorías psicológicas (apego) o teorías de la neurociencia para "diagnosticar", "interpretar" o "predecir" el comportamiento pueden ser muy peligrosas.
c) Incluso una referencia pasajera a la ética del trabajo social nos recuerda una paradoja notable. Nuestra profesión, más que ninguna otra llamada "profesión de ayuda", ha incorporado el discurso de la ética kantiana y los dilemas éticos completamente. Nuestras organizaciones globales han desarrollado códigos de ética detallados, elaborados y progresivos, y también, a nivel nacional, los profesionales del trabajo social han sido regulados por mecanismos que incluyen infaliblemente amplias directrices sobre estándares éticos. Del mismo modo, la academia del trabajo social ha producido extensa literatura enfocada en la ética desproporcionadamente n comparación con otros temas (excluyendo el abuso y la negligencia infantil). Esto consiste en amplios estudios comparativos, análisis, textos y herramientas para navegar dilemas complejos. Una mirada rápida a los libros y artículos más citados del trabajo social fácilmente persuadiría a cualquiera sobre la centralidad de la ética para la profesión. La paradoja de la "amnesia histórica" en una profesión tan absorta en la exploración de la ética y la justicia moral reside precisamente en el hecho de que la mayoría de esos resultados hacen poco más que compartimentar la importancia de la evolución histórica y política del trabajo social. La mayoría de los textos tienden a reflexionar sobre "estudios de caso" o "informes de países" aparentemente no relacionados, reduciendo nuestra comprensión de la interacción entre política y justicia a monólogos paralelos. Del mismo modo, los códigos éticos profesionales tienen, por diseño, la propensión inherente a individualizar dilemas éticos mediante el diseño de un canon profesional; Quienquiera que se encuentre atrapado fuera de estos principios morales es considerado no apto para la práctica y expulsado de nuestro contexto profesional. Por lo tanto, la forma en que la ética kantiana se ha incorporado a nuestra profesión no es mucho más que reducir los complejos debates políticos a dilemas morales y transferir la responsabilidad al individuo y no al colectivo. Explorar las historias políticamente complejas de los servicios sociales y confrontar audazmente las "historias horribles" es necesario para apreciar la importancia de mantener un enfoque en el contexto y la estructura más amplia. Observando cómo y porqué se han desarrollado estas historias, puede llevarnos a la conclusión de que las prácticas de opresión y complicidad no pueden reducirse al argumento de "unas pocas manzanas podridas", fácilmente invocado en el trabajo social, ni deben juzgarse a través del prisma individualizador del moralismo, la cual predomina en la ética kantiana.
Hacia una comisión global de la memoria, verdad y reconciliación del trabajo social.
Como he demostrado hasta ahora, todos los capítulos que llenan las páginas de nuestra larga compilación de historias de problemas se han producido no como resultado de algunos marginados, sino exactamente debido al contexto institucional políticamente comprometido. La minoría de trabajadores sociales que resistieron las políticas nazis, el apartheid o las dictaduras latinoamericanas han sido absueltos por la historia misma, pero en los contextos específicos en que ocurrieron estos incidentes, incluso cuando se invocó la ética kantiana o utilitaria, los trabajadores sociales activistas fueron considerados "ilegales", “no éticos”, y por lo tanto, no apto para el ejercicio de la profesión.
El dilema actual y las amenazas extraordinarias que enfrenta la democracia sugieren que es hora de que el trabajo social se libere de la instrumentalización auto-complaciente de la ética profesional kantiana y vuelva a imaginar lo que puede denominarse la ética transformadora de la reconciliación. Este proceso se refiere no solo a reconciliarnos con nuestro propio pasado, sino que también es contingente a reconciliar la memoria profesional con las experiencias de los afectados por nuestras prácticas opresivas. Solo así, la reconciliación puede considerarse como un paso necesario hacia la liberación.
El sociólogo sudafricano Ari Sitas ha descrito elocuentemente la ética de la reconciliación como "ideomorfo", una palabra que es de su propia invención, que combina dos palabras griegas, idea y morphe (es decir, forma). La ética de la reconciliación es idiomórfica, explica, ya que navega por disposiciones y prácticas a pesar de las constelaciones dominantes de poder. Por lo tanto, podemos centrarnos en la praxis ética como parte de una estructura política y social más amplia, independientemente de los poderes hegemónicos.
El poder de la reconciliación transformadora, propuesto en esta presentación, se basa en la antinomia estructural de la profesión. Mi opinión es que la solución y el remedio a este daño también recae en parte en la profesión. Las tradiciones de trabajo social políticamente activas, conformadas por los principios de solidaridad, internacionalismo, empatía y cambio social, proporcionan un camino hacia una reconciliación genuinamente inclusiva y transformadora.
Se puede iniciar un proceso de reconciliación circular mediante el reconocimiento de nuestras historias problemáticas y el reconocimiento del dolor que esto ha causado a las comunidades involucradas. Una disculpa emitida por nuestras organizaciones internacionales no solo tendría un valor simbólico, sino que también demostraría que la profesión de trabajo social tiene la confianza necesaria para enfrentar su problemático pasado e invitar a las comunidades a re-imaginar conjuntamente nuestro futuro común.
Ya invité a las organizaciones mundiales de trabajo social a dar el primer paso hacia la reconciliación disculpándome con las comunidades afectadas por las historias que se describen en esta presentación. Realmente espero que lo hagan.
Además, la búsqueda de la verdad es una parte necesaria y crucial de este proceso. Los testimonios de los trabajadores sociales y, lo que es más importante, de las personas afectadas por nuestra complicidad con la violencia estatal tienen el poder de desafiar y reformular los discursos oficiales. Nuestros archivos profesionales deberán ser reevaluados y analizados conjuntamente con las personas y las comunidades afectadas. De manera crucial, el material de archivo y los discursos oficiales deben ser confrontados por las historias orales desde abajo como parte de un proceso doble: la búsqueda de la verdad y el desarrollo de una narrativa histórica genuinamente inclusiva.
Si bien, nuestra asociación profesional debe iniciar un proceso de reconciliación a nivel global, solo puede ser verdaderamente transformador cuando involucra a las comunidades a nivel de organizaciones de base y local. Reconocer los errores históricos en el nivel más alto de la profesión proporciona un espacio esencial (y legitimación) a los trabajadores sociales a nivel regional y nacional para explorar enfoques de reconciliación que puedan conducir a la reforma de políticas, la reparación y el cambio social. Los legados de nuestros pioneros radicales que trabajaron directamente con movimientos sociales y comunidades marginadas, en vez de practicar como criaturas del estatuto, ofrecen un conocimiento vital sobre cómo fomentar relaciones de empatía, confianza y acción política; ingredientes necesarios de la ética de la reconciliación.
A pesar del estado de ánimo negativo generado por los Donald Trumps o los Orbans en todo el mundo, hemos visto una notable extensión del uso de la disculpa como un medio para enmendar los males pasados. De hecho, importantes estudios señalan un medio importante para contrarrestar las nuevas tensiones y el aumento de las hostilidades: lo que es un nuevo desorden mundial es la renovación de nuestras ideas, energías, herramientas y procesos. Podemos tener coraje e inspiración cuando leemos los estudios de vanguardia, y cito: "las disculpas siguen siendo una tendencia poderosa en la política global" (Balkan y Karn, 2017 "Disculpa de grupo e imperativo ético").
Estamos llamados a leer el uso de la disculpa y la reconciliación, no de manera abstracta y a-histórica. Tampoco deberíamos abordarlo como un proceso mecánico con ciertos rituales y movimientos. Más bien, debemos entenderlo en gran medida en el contexto, en el contexto de las luchas sociales de las personas para mejorar sus vidas cotidianas, resistiendo la opresión y la explotación que obstaculizan el potencial de realizar los imaginarios sociales de las personas. Es el tipo de comunidades que el trabajo social ha prometido servir y cuidar. No olvidemos que las sociedades están instituyendo nuestros imaginarios y viceversa, las sociedades son instituidas por los imaginarios y praxis colectivos de la gente común, como insistió Castoriadis.
En este sentido, una disculpa por parte de nuestro cuerpo profesional y la creación de una comisión de verdad y reconciliación a nivel global del trabajo social no es un mero gesto de buenas intenciones o un movimiento vacío que apunta a jugar el juego de los trucos simbólicos. Por el contrario, es la culminación de una ética colectiva de una profesión con un legado dual y aparentemente irreconciliable. Es un intento de reconciliar y restaurar la necesidad de renovación de la profesión, a fin de realizar su potencial en una búsqueda global de la paz mundial, justicia y reconciliación transformadora.
Quisiera concluir diciendo que podemos estar orgullosos de nuestra profesión y de sus extraordinarios logros en la promoción de la justicia social.
Pero realizaremos plenamente el potencial transformador del trabajo social cuando tengamos la confianza suficiente para enfrentar nuestro pasado problemático.